viernes, 24 de febrero de 2012

Leo Leo que me animo a leer: Perro guardián

Artículo visto en:
Suplemento de Educación Infantil "La Tiza" 22-02-2012
Diario Información de Alicante


Los ladridos lastimeros


Se presentaba la segunda noche en la nueva casa y Pablo no podía ocultar cierta inquietud que a su madre no le pasó desapercibida. Abel había dejado encendidas varias farolas del jardín para que la oscuridad que los rodeaba no fuera tan tenebrosa, pero era evidente que el chaval no encontraba el mejor momento para retirarse a su dormitorio. Fue Lucía la que le animó a que se metiera en la cama y leyera un rato.
—Ya es hora, hijo, cuanto más tarde te acuestes más te costará dormirte.
—Está bien, me voy a la cama. ¿Tienes alguna lectura interesante para dejarme? —preguntó el muchacho.
—Sabes que no te puedo dejar nada; trabajo con manuscritos inéditos, y las obras que me confían sus autores no pueden circular por otras manos que no sean las mías. Lo siento, hijo.
—Eh, que no pensaba plagiar a nadie, señora legal.
Lucía sonrió.
—¿Por qué no coges algún clásico? Tienes varios en tu habitación.
—Sí, claro, voy a por el Quijote ahora mismo, así seguro que me duermo en cuanto abra la tapa.
—No seas bobo, me refería a novelas juveniles: Robinson Crusoe, La isla del tesoro o cualquiera de las de Julio Verne.
—Mamá, ¿no te parece que estás un poco anticuada?
—Pues lee lo que quieras pero acuéstate ya, por favor.

Finalmente Pablo no se decidió por ninguna novela, sino que tomó de una estantería un álbum de cromos de fútbol que había completado hacía años, cuando se puso de moda aquella colección y todos los chavales pedían como locos a sus padres que les compraran sobres de estampas. Era el único álbum que tenía completo, y por eso lo guardaba como una verdadera joya. Después había intentado seguir otras colecciones pero siempre se había cansado antes de acabarlas. Se lo llevó a la cama y comenzó a pasar las hojas del álbum y a leer los nombres de los futbolistas con gran interés, y aquello resultó ser tan eficaz como contar ovejas, porque a los pocos minutos se había quedado totalmente dormido, con absoluta tranquilidad y sin recordar nada de lo que le había ocurrido la noche anterior.
Un par de horas más tarde, alrededor de la una de la madrugada, cuando todos dormían, algo despertó a Pablo y le hizo dar un bote en la cama. Se quedó unos segundos inmóvil, en silencio, un poco desorientado. Eran otra vez los malditos lamentos; esos ladridos de dolor se volvían a escuchar nítidamente. Pablo estuvo a punto de llamar a su madre, quería demostrarle que lo que le había contado la noche anterior era cierto, y no producto de su imaginación, pero en el último momento se avergonzó. Eran simples ladridos, tenía que acostumbrarse a ellos si quería vivir en el campo. Pero no, él sabía que no eran simples ladridos, eran algo más, una llamada, una súplica, un llanto constante. Se levantó de la cama para asomarse por el ventanuco y no pudo evitar soltar un grito de espanto.
—¡Papá, papá! —llamo el chaval aterrorizado.
De inmediato Abel y Lucía llegaron a su cuarto con el corazón a doscientos.
—¿Qué pasa hijo? —preguntaron ambos.
—¡Una sombra, una sombra enorme, como de un animal pero gigantesca, la he visto desde la ventana, ahí, junto a los cipreses! —comentó el chaval con la voz entrecortada.
Por un momento, Abel se acordó de aquellos símbolos funerarios que el señor Samper había retirado de los pies de los cipreses a requerimiento suyo, y pensó si tendrían algo que ver con lo que contaba su hijo, pero enseguida borró ese pensamiento de la cabeza, no podía a sus años creer en chorradas. Tampoco quiso comentar nada a Lucía sobre ese episodio.
—Hijo, sería algún gato, los gatos se meten por cualquier agujero —lo tranquilizó su padre.
—Pero la sombra era enorme, papá —prosiguió Pablo.
—Eso es por efecto de la luz, quizás el reflejo de la farola encendida ha producido esa sombra gigantesca que tú refieres —continuó Abel.
—¿Y los ladridos? ¿Qué me dices de esos ladridos lastimeros?
Abel no contestó nada porque él no había oído ningún ladrido, solo sabía lo que su mujer le había comentado durante el desayuno sobre lo acontecido la noche anterior, y también comenzó a preocuparse ante la posibilidad de que el chaval volviera a los miedos de la infancia. Para que se tranquilizara decidió bajar al jardín y echar un vistazo, Lucía le acompañó, y Pablo, como no quería quedarse solo en la casa, también.
Revisaron todos los rincones del jardín, allí no había absolutamente nada, y finalmente concluyeron que debió ser un gato y la luz había agrandado su sombra. Volvieron a sus habitaciones. Lucía preparó a su hijo una infusión de melisa y le animó a que se la tomara, asegurándole que le ayudaría a relajarse y a conciliar de nuevo el sueño. Después permaneció junto a él un buen rato, recostada a su lado, y ya casi amaneciendo el chico se durmió.
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Tomado del libro:
Perro guardián

Autor: Maribel Romero Soler
Editorial: ECU
Actividades:
  1. ¿Qué cogió finalmente Pablo de una estantería para poder dormirse?
  2. ¿Por qué gritó Pablo cuando se asomó por el ventanuco?
  3. Inventa un cuento basado en unos ladridos misteriosos  y envíalo, acompañado de una ilustración original, al Concurso de Poemas y Cuentos del Grupo Leo 2012:

Grupo Leo,

Apartado 3008

03080 Alicante

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